Esa soy yo

No existe en el mundo otra persona como yo, ¿sabes? Tampoco existe otra sonrisa como la tuya, que me haga sentir que soy fuerte, que puedo con todo. Pero bueno, ese es otro tema. Vagueo 25 horas al día y pienso en ti más de lo que es bueno. Me gusta el 43 y el Vodka, pero si bebo es para verte dos veces. ¿Loca yo? Por favor, me ofendes. Simplemente tengo los huevos de ser como soy y no como quieren que sea. ¿Quieres hablar de mí? Hazlo, pero ya que presumes de valentía, mejor que sea a la cara. Estoy harta de personas que van de mucho y no llegan a nada, estoy harta de personas que prometen ser tan importantes como el universo y al final no llegan ni a un soplo de aire fresco. Me gusta ser así. Vivir la vida al máximo. Reírme de los momentos malos que pasé. Llorar hasta hartarme cuando mi vida está patas arriba. Y después sacar fuerzas de donde sea para levantarme del suelo y volver a dar guerra. Enrollarme con los mejores chicos de la ciudad. Tener un carné falso para entrar en cualquier lugar. Fumar y evadirme en el humo. Emborracharme hasta no acordarme de como me llamo. Tener los tacones más altos del país y acabar volviendo a casa descalza. Ser la princesa de tus sueños y la reina de mi vida. Quiero todo lo que sea imposible de tener. En resumen, quiero tener el mundo a mis pies. Pienso que en la vida si no te arriesgas no vives, y por eso un día decidí tirar los miedos por el balcón y empezar a ser la loca que sonríe 25 horas al día, la que improvisa porque odia los planes, la que canta en medio de un montón de gente aunque desafine, a la que no le importa bailar en medio de la calle. Esa soy yo, y si no te gusta, ahí tienes la puerta.

27 julio 2012

Hablamos del pasado como de canciones tristes, de esas que hacen que nos inunde la melancolía, de esas que nos hacen llorar, de esas que a cada nota nos rompen un poquito por dentro. Pero a pesar de ello, las seguimos escuchando una y otra vez. ¿Por qué? Quizás porque el pasado es lo único que tenemos seguro, lo único que no podemos cambiar. Nos guste más o menos, el pasado es un libro que se guarda en una cajita de cristal. Podemos leerlo una y otra vez, recordarlo, y llorar sobre él, pero las paredes de cristal lo protegen, impiden que las lágrimas borren esos recuerdos. Porque el presente es lo que estamos viviendo ahora. Es algo que podemos cambiar a nuestro antojo, algo que no está guardado en ningún sitio. Y el futuro es algo que todavía no ha llegado, algo que no podemos leer porque ni siquiera lo hemos llegado a escribir. Pero el pasado está ahí, formado con todos esos recuerdos que nos hacen estar hoy aquí. Muchos serán buenos, aquel regalo de Navidad debajo del árbol, el primer día de un inolvidable verano, el primer 'hola' con esa persona que ahora es tan importante, o el primer beso. Otros muchos serán malos, como aquella cuesta en la que volcamos con la bici, aquel 'adiós' que nunca pensaste que fuera a ser el último, o el día en el que te rechazaron por primera vez. Pero la mezcla de todos esos recuerdos, los buenos, los malos y los que pasan desapercibidos cuando haces inventario, forman la persona que está leyendo esto. Tú eliges si te centras en ellos y dejas que tu vida pase sin hacer nada de tu presente y tampoco de tu futuro, o si aprendes que tienes que vivir con ellos, aceptar que pasaron y que no van a volver y que puedes empezar a construir recuerdos nuevos.
Hola mundo. Hola sociedad. Hola a todas y cada una de las personas que se dedican a criticar lo que hago sin saber por qué lo hago. No me importa si pensáis que soy guapa, fea, alta, baja, gorda, delgada, rara, normal, guarra, estrecha, lista, tonta, graciosa, pesada, tímida, extrovertida, valiente, cobarde, buena, rencorosa, envidiosa, sincera, mentirosa, callada, habladora, amable, borde, educada, diferente al resto o una más de tantas. Vengo a deciros que me dan exactamente igual los adjetivos que utilicéis para describirme. Estoy harta de etiquetas, de críticas constantes hacia todo. A todos nos las ponen, algunas nos alegran y otras nos acomplejan. ¿Pues sabes qué te digo, querida sociedad a la que hacer lo mismo que todo el mundo le parece no tener personalidad, y a la que hacer cosas diferentes le parece ser raro? Que nadie vino aquí a ser perfecto, sino a ser feliz.

24 julio 2012

Hay sensaciones que deberían durar para siempre. O por lo menos, durar más que otras. Por ejemplo, la sensación de libertad que tienes al despertar el primer día de verano. Sabes que no va a durar eternamente, pero quieres creer que sí, quieres creer que a partir de ese día vas a vivir en un interminable verano. O la sensación de confianza cuando alguien te agarra las manos, te mira a los ojos y te dice 'todo va a ir bien'. Tus problemas siguen ahí, no han desaparecido. Pero durante esos segundos, durante el tiempo en el que os estáis mirando a los ojos, sientes que realmente vas a encontrar una solución, sientes que eres demasiado fuerte cómo para dejarte arrastrar por cuatro problemas tontos. También está la sensación de felicidad cuando encuentras a una persona con la que te entiendes a la perfección, que a pesar de todos tus defectos te quiere, con la que puedes contar para lo que necesites y a la que puedes llamar en cualquier momento, de día o de noche, y que va a intentar ayudarte siempre. Pero a pesar de todo, sabes que tampoco durará para siempre. Un día, de repente, todo eso acabará y nada volverá a ser lo mismo. Puede que incluso lo pases mal y creas que no vas a volver a ser feliz. ¿Pero sabes una cosa? Pensar así no merece la pena. Cuando las cosas acaban, mejor dicho, cuando algo que te ha hecho feliz acaba, tienes que olvidarte de las cosas malas, de esos enfados por haber llegado tarde, de esas peleas por ver quién elige qué hacer, de todo aquello que hizo que se acabara. Tienes que quedarte solo con lo bueno, con aquello que te hizo feliz, con aquellos momentos que querrías volver a vivir. ¿El resto? Son detalles sin importancia.