Esa soy yo

No existe en el mundo otra persona como yo, ¿sabes? Tampoco existe otra sonrisa como la tuya, que me haga sentir que soy fuerte, que puedo con todo. Pero bueno, ese es otro tema. Vagueo 25 horas al día y pienso en ti más de lo que es bueno. Me gusta el 43 y el Vodka, pero si bebo es para verte dos veces. ¿Loca yo? Por favor, me ofendes. Simplemente tengo los huevos de ser como soy y no como quieren que sea. ¿Quieres hablar de mí? Hazlo, pero ya que presumes de valentía, mejor que sea a la cara. Estoy harta de personas que van de mucho y no llegan a nada, estoy harta de personas que prometen ser tan importantes como el universo y al final no llegan ni a un soplo de aire fresco. Me gusta ser así. Vivir la vida al máximo. Reírme de los momentos malos que pasé. Llorar hasta hartarme cuando mi vida está patas arriba. Y después sacar fuerzas de donde sea para levantarme del suelo y volver a dar guerra. Enrollarme con los mejores chicos de la ciudad. Tener un carné falso para entrar en cualquier lugar. Fumar y evadirme en el humo. Emborracharme hasta no acordarme de como me llamo. Tener los tacones más altos del país y acabar volviendo a casa descalza. Ser la princesa de tus sueños y la reina de mi vida. Quiero todo lo que sea imposible de tener. En resumen, quiero tener el mundo a mis pies. Pienso que en la vida si no te arriesgas no vives, y por eso un día decidí tirar los miedos por el balcón y empezar a ser la loca que sonríe 25 horas al día, la que improvisa porque odia los planes, la que canta en medio de un montón de gente aunque desafine, a la que no le importa bailar en medio de la calle. Esa soy yo, y si no te gusta, ahí tienes la puerta.

14 mayo 2013

Tu boca se hacía dueña de la mía, tus manos me robaban la ropa y tus caderas me empujaban contra la cama. La almohada era testigo de un amor que parecía eterno, las paredes escuchaban la banda sonora de unos gemidos y unas risas que emanaban felicidad por todas partes. Con el pelo aún alborotado y las mejillas coloradas te miraba sonriendo, y entonces tú me decías que te encantaba que mis ojos se te clavaran así, como si no existiera nada más alrededor, como si no hubiéramos hecho el amor, como si el amor nos hubiera hecho a nosotros. Yo me tiraba encima de ti y tus brazos me recogían, y volvías a besarme, pero esta vez más despacio. Después me quedaba dormida, con tu respiración colándose en mis sueños y dibujando una curva en mi cara. Y al despertarme tú seguías ahí, con esos ojitos que me volvían (y siguen volviéndome) loca cerrados, y entonces yo me quedaba así, entre tus brazos. Nos pasámos así la mayoría de los meses, viviendo de noche y durmiendo de día. Íbamos al contrario del mundo pero no nos importaba, realmente, a mí no me importaba nada que no tuviera que ver contigo. Pero un día todo eso se terminó. Dejamos las risas y solo se escuchaban gemidos, la unión de dos cuerpos que cada vez estaban más lejos. Olvidamos el amor y nos dedicamos a follar. Las sábanas cada vez se movían más y nuestras bocas se paraban por momentos. Desaparecieron las cosquillas, besos y caricias que antes inundaban mi tripa, las mariposas que volaban dentro de mí retrocedieron y se volvieron asquerosos gusanos. Y créeme que te quise, que te quise más de lo que puedas llegar a imaginar y que estoy segura que nadie volverá a mirarte con los ojos con los que yo te observaba cada instante. Que aquella noche hubiera dado cualquier cosa por volver atrás. Pero ya no había mucho que decir. Éramos distintos, estábamos distantes. Y cuando dos corazones han sido uno, al separarse, solamente son cuatro trocitos rojos mal pegados con agua y sal (ay, cuántas lágrimas corrieron por las mejillas que antes se encendían) que recuerdan cuando eran juntos felices pero que no encuentran un pegamento con el que volver a unirse.

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